Eider alza la vista
dejando la mirada en blanco. Tan alterada como siempre.
—Ama ya te lo he dicho. Se me calló el móvil al suelo y se
rompió.
—¿Y no sabes pedir prestado el teléfono a cualquiera de
tus compañeros de piso? Así no se puede ir por la vida eh, Eider. Tienes que
ser más espabilada, si llega a pasar algo, ¿qué? ¡Nosotros ni nos enteraríamos!
La joven sonríe
divertida, a pesar de que su madre no pueda verla. Selene siempre ha sido muy
protectora con sus dos hijas. No es que se trate de esas madres controladoras
que te tienen vigilada las 24 horas del día, pero siempre ha querido estar al
tanto de lo que pasa con sus niñas cada vez que salen lejos de casa.
—Puedo percibir tu
sonrisa desde el otro lado de la línea chavalita. No te tomes esto a risa.
—No lo hago, es solo que ya empiezo a tener una edad para
que dejes de estar tan pendiente de mí, ¿no crees?
—Eider, una madre se
preocupa por sus hijos cuando están fuera de casa tengan la edad que tengan. Si
algún día eres madre lo entenderás.
Asiente con un simple
“ajá” mientras su madre sigue con la regañina, pero esta vez ha dejado de
escucharla para sumirse en sus pensamientos. Cuándo sea madre, ¿eh?, ¿lo será alguna
vez?
Cuando estaba con Odei
sí que se planteó la posibilidad de tener ese tipo de futuro con él formando
una familia, teniendo hijos y haciendo todas esas cosas típicas que inculca la
sociedad, haciendo creer a la gente que esos factores son la clave para llevar
una vida feliz. No obstante, desde que esa relación se rompió empieza a
discrepar sobre si algún día tendrá hijos, incluso discrepa de si tendrá otro
novio en un futuro después de los machetazos que se ha dado.
Empieza a doblar
correctamente las sábanas de la cama mientras su madre sigue manifestándose con
el manos libres puesto.
Pensándolo mejor no le
importaría tener hijos, siempre le han gustado los niños y no hace falta un
hombre para criarlos. ¿Y si adoptara? eso no sería una mala opción, ¿tal vez
una niña china? las asiáticas siempre le han parecido monísimas. Pero…es
difícil adoptar a una niña china; mucho papeleo, una buena posición económica y
además…¿para poder adoptar en China no hay que estar casada? A Eider le pareció
verlo en un capítulo de los Simpson, la hermana de Marge quería adoptar y para
eso tenía que fingir estar casada con Homer. No, definitivamente no podría
conseguirlo sola, mejor cambiar de país. ¿Y un camboyano? Angelina y Brad
adoptaron uno, o tal vez un niño de Nigeria. ¿Y si en vez de adoptar apadrina?
tampoco estaría tan mal.
—¿Lo has entendido?
—¿Qué? Ah, sí, sí—.No tiene ni la más
remota idea de lo que acaba de decirle, pero si admite no haber escuchado la
conversación se alargará más de lo previsto. —Ama, tengo que colgar
ya, me esperan para desayunar.
—Luego quiero que me mandes fotos del apartamento. Y esta
noche le diré a Naiara que se conecte al Skype para que pueda conocer a tus compañeros,
que si no, no me quedo tranquila hija.
—Está bien, te mandaré las fotos sobre la hora de comer.
Agur.
Cuando se corta la
llamada suspira. Si su madre supiera que esos compañeros de piso son sus jefes…
Ella no conoce más que
la mitad de la historia, de haber sabido que su hija ha ido hasta Madrid solo
para ejercer de empleada de hogar posiblemente la hubiera atado a la cama
impidiéndola huir de Bilbao. No es que su madre infravalore ese tipo de
trabajo, pero es cierto que el cargo de asistenta se puede encontrar en
cualquier parte sin necesidad de marcharse a otra ciudad. Eider necesitaba
empezar de cero en otro sitio y ella jamás lo hubiera entendido de habérselo
explicado, está segura de ello. Por eso le coló una pequeña mentira diciéndole
que habían llamado de una empresa publicitaria Madrileña para ofrecerle un
contrato de prácticas con duración limitada. Cuando se lo contó Selene se puso
la mar de contenta, incluso estuvo mirando varios sitios para vivir de alquiler
allí a pesar de que su hija insistía en que la empresa le había ofrecido una
vivienda compartida con otros trabajadores de la empresa.
Y a día de hoy, para
bien o para mal, ahí está, plantada en su nuevo hogar y viviendo una falsa vida
a los ojos de su madre. ¿Debería sentirse mala persona por ello?
No le da tiempo a seguir
pensando, pues de repente oye cómo alguien da unos fuertes golpes a una puerta
en la planta de abajo.
—¡Alex, sal de una puta vez tío, llevas más de media hora
ahí dentro!
Parece la voz de Víctor,
y se le nota muy desesperado.
La chica abre la puerta
del ático y baja por las escaleras lo más rápido que puede. Siguiendo los
golpes llega hasta la puerta del baño, donde se encuentra plantado al chico de
gafas. Lleva puesto un pijama de seda celeste algo hortera para su gusto. En
ese momento le gustaría soltar una burlona risita y vacilarle un poco para ir
entrando en confianza, pero en lugar de ello se apoya contra la pared curiosa.
—¿Algún problema?
Víctor se gira asustado,
a juzgar por su cara seguro que se había olvidado de que tienen una nueva
inquilina. No obstante, no tarda en reaccionar chasqueando la lengua.
—Este imbécil lleva más 35 minutos cagando, y yo tengo que
ducharme para ir a trabajar. Cualquiera diría que se lo ha tragado la taza.
En ese instante y como
por arte de magia suena la cadena del inodoro y Alex abre la puerta con una
revista gigante en mano.
—La próxima vez que quieras ducharte hazlo por la noche,
las mañanas están vaciar el depósito intestinal.
Eider no sabe si las
palabras del chico van en broma o en serio, pero la frase que acaba de soltar
hace que sienta nauseas, y no parece ser la única.
—Que desagradable eres Alexadre, no me extraña que tu
novia te haya dejado.
El castaño frunce el
ceño claramente molesto y responde.
—No me hagas hablar de cosas desagradables. ¿O quieres que
le cuente a nuestra nueva asistenta lo que haces en casa cuando piensas que no
hay nadie?
Víctor deja salir una
sarcástica carcajada y agarra su toalla para entrar en el baño.
—A mí no me vengas con amenacitas de colegio Alex. Ambos
sabemos quién acabaría ganando si empezamos a abrir el cajón de mierda.
Alex se queda sin
respuesta y su compañero sonríe victorioso. Antes de cerrar la puerta del aseo
mira a la chica apoyado en el marco.
—Eider, ¿qué te parece si te vistes y bajas conmigo? De
camino a mi curro hay una cafetería en la que ponen unos desayunos que te
mueres.
La pregunta sorprende a
la chica, quién asiente insegura tras unos segundos sin saber muy bien qué decir,
aunque no hace falta, Alex se le adelanta.
—¿No tenías mucha prisa?—protesta—Ahora resulta que te da
tiempo a relajarte y tomar un buen desayuno con la nueva. ¿Para eso he salido
antes de echar el truño?
—Me gustaría enseñarte un poco el barrio—sigue hablando mientras
ignora al castaño—Y ya de paso podríamos
hablar de tu contrato de trabajo. ¿Te parece?
—Muy bien.
Víctor asiente
satisfecho y cierra la puerta sin nada más que añadir. Cuando esto ocurre, un
raro silencio se produce entre Alex y Eider, que se miran sin saber muy bien
qué decir, sobretodo tras la extraña reconciliación de anoche.
—¿Estás utilizando el móvil?
La vasca suspira
internamente agradeciendo al universo que haya sido él quién rompa hielo.
—Sí, de hecho acabo de hablar con mi madre.
—Ya, me alegro de haber podido ayudar. Menos mal, ¿no?
Eider se pregunta si
debería contestarle a eso, pero descarta la idea rápidamente. De lo poco que
conoce al chico hasta el momento, le ha parecido una persona muy irascible, tal
vez diga algo inadecuado y meta la pata. Desvía la mirada de él mirando en
todas las direcciones tratando de cambiar de tema hasta que posa su mirada en
la revista que lleva en la mano.
—¿Eso es la Shōnen
Jump?
Alex la mira estupefacto
y asiente repetitivamente con la cabeza. En la vida había conocido
personalmente a una mujer que reconociera esa revista. Bueno, tal vez a alguna
en los salones del manga, pero nunca imaginó que iba a tener a una de ellas
conviviendo con él.
—¿La conoces?
Eider se la quita de las
manos para echarle un rápido vistazo pasando las hojas.
—Sí, no es que me considere muy friki, pero sí que leo algún
manga o veo series anime de vez en cuando. Un compañero de mi clase solía
comprarla mensualmente, ese chaval era fan total de estas cosas. Cuando nos
aburríamos en los descansos me dejaba echarle una ojeadilla—suelta una pequeña
carcajada mientras sigue pasando las hojas—Lo malo es que no
entendía ni papa porque estaba todo en japonés.
El chico le devuelve la
sonrisa cuando recupera su revista.
—Que fuerte, no me lo esperaba para nada. No tienes pinta
de que te gusten estas cosas.
—Está muy mal prejuzgar Alex—responde en tono
divertido.
—Sí, desde luego…
Alex la mira de arriba
abajo y empieza a sentir como empieza a subirle la adrenalina. Tal vez sea ella
la persona que estaba buscando. Tanto tiempo queriendo encontrar a alguien con
su perfil y no había conocido a nadie que cumpliese sus expectativas, hasta
ahora. Ayer solo tenía un pálpito tras descubrir su formación, pero hoy es la
primera vez que le habla sobre sus gustos y ha ido a dar directamente en el
clavo. Solo le queda saber una cosa más, como responda correctamente a la
pregunta soltará la revista para hacerle la ola.
—Oye, y solo por curiosidad…¿se te da bien…dibujar?
Ya está, lo ha dicho.
Solo falta la respuesta mágica, como sea afirmativa va a…
—Lo cierto es que no muy bien.
El silencio impacta de
lleno contra la respuesta y el castaño solo es capaz de mover los labios sin
pronunciar palabra.
—¿Q…qué? —titubea.
—Bueno, no me disgusta hacerlo, pero tampoco es uno de mis
fuertes.
Transcurren más segundos
de vacío verbal, y a Alex solo se le ocurre seguir con sus deducciones.
—Pero…si tú eres diseñadora gráfica.
—Y así es, pero no es imprescindible saber dibujar para
serlo. Es cierto que si dibujas bien tienes un gran plus, pero hay muchos
diseñadores gráficos que no saben dibujar.
La sonrisa de oreja a
oreja que tenía hasta hace unos segundos se ha esfumado por completo de su cara.
Ese cambio de actitud es tan obvio que la chica no puede evitar darse cuenta de
ello.
—¿Qué pasa?
—Nada—. La respuesta que recibe es rápida y tajante. —Creo que deberías
empezar a vestirte, Víctor es muy maniático con eso de la puntualidad.
Sin decir nada más, Alex
avanza por el pasillo en dirección a su habitación.
—¿Y tú que vas a hacer?
—Vestirme, tengo clase a las 9.30.
Cuando desaparece de su
vista Eider se cuestiona muchísimas cosas acerca de su nuevo compañero de piso.
En menos de 24 horas ha podido ver varias distintas de su personalidad: la
dramática, la simpática, la borde…empieza a cuestionarse si será bipolar o
tripolar. También pone en duda eso de que vaya a ir a clase. Después de lo que
escuchó decir ayer a Ruth es muy posible que le haya mentido y se escaqueé de
la universidad, pero eso no es asunto suyo, cada uno que haga con su vida lo
que quiera.
De repente siente unos
fuertes retortijones en la tripa, seguro que es síntoma de lo perdida e
insegura que se siente todavía en ese lugar. Su madre tiene razón, más vale que
espabile y empiece a actuar como una persona adulta, por lo menos que lo
intente. Pero por el bien de salud tampoco le conviene estresarse demasiado. Es
la primera vez que va a vivir fuera de casa y encima con completos desconocidos,
los cuáles, dicho sea de paso, son bastante raritos. Es comprensible que se
encuentre en ese estado, con el tiempo se adaptará y estará mucho más
tranquila, o al menos eso espera.
Un agudo y estridente
timbrazo la lleva de golpe a la realidad, están llamando a la puerta. ¿Quién
será a esas horas de la mañana? Ni si quiera han llamado antes al portero de
abajo.
La chica queda mirando
en dirección a la entrada atontada mientras siguen llamando hasta que oye los gritos
de Víctor desde el baño.
—¡Que abra alguien de una vez joder! ¿O siempre tengo que
hacerlo yo todo?
Eider consigue reaccionar
y se dirige hacia el rellano.
Por un momento esperaba
que alguien saliera a abrir porque ella no tenía ningún derecho a recibir a
gente ajena, pero la cuestión es que ahora sí lo tiene. Se supone que esa
también es su casa, ¿no? tendrá que acostumbrarse a dejar de sentirse una
invitada.
Solo pasan un par de
timbrazos más hasta que agarra el manillar y abre la puerta. Cuando asoma la
cabeza ve plantada frente a ella a una chica rubia de rostro aniñado. Tiene
unos enormes ojos verdes que solo van maquillados con un poco rímel, también
puede apreciar unas escasas pequitas en sus mejillas. Es un poco más alta que
ella, y, a pesar del enorme chaquetón que lleva puesto, sus finas piernas demuestran
lo delgada que está. Lleva a la espalda una mochila cargada de libros, así que
debe de ser una estudiante. ¿Qué hace una persona así llamando a casa?, ¿será
amiga de alguien?
—¿Puedo ayudarte en algo?
La chica escanea a la
nueva inquilina de los pies a la cabeza algo sorprendida y tras asimilar su
pregunta la mira tímidamente respondiendo con una suave voz.
—¿Está Alex?
Eider asiente y se hace
a un lado para dejarla pasar. La joven le sonríe agradecida y deja su mochila
en una esquina del rellano, parece que no es la primera vez que entra en esa
casa.
—Encantada, soy Eider—.Se acerca a la chica
para darle dos besos en la mejilla.
—Natalia—.Se presenta esta correspondiendo el cordial saludo.
Acontecen unos segundos
de silencio sin que ninguna de las dos sepa muy bien qué decir, hasta que la
mayor de las dos habla.
—Creo que Alex se está vistiendo. Mientras tanto, ¿quieres
algo de beber o de comer?—ofrece tratando de ser amable.
—Si tenéis Cola Cao estaría bien, muchas gracias.
Se dirigen a la cocina
pasando por el salón y al ver la limpieza que se ha realizado en la estancia Natalia
no puede evitar susurrar perpleja algo que llega hasta los oídos de Eider.
—Increíble, si se puede ver el suelo de la sala.
En respuesta la chica
sonríe frunciendo el ceño y la rubia se calla automáticamente avergonzada por
su comentario.
Una vez entran en la
cocina, Eider empieza a buscar tazas en los armarios bajo la atenta mirada de
la otra muchacha. Abre distintas puertas, pero no consigue encontrar nada de lo
que busca, ¡tendría que haberse asegurado de ver donde se colocaban las cosas
el día anterior!
La invitada se da cuenta
de la situación y no puede evitar darle indicaciones.
—Las tazas están en la parte superior de la izquierda.
Eider siente como sus
mejillas se sonrojan, la chavala debe de pensar que es idiota.
Se dirige a la parte
superior de la estantería y consigue alcanzar una de las tazas para
posteriormente derramar la leche en su interior.
—Soy nueva y todavía no sitúo muy bien dónde están las
cosas—se excusa avergonzada.
—No pasa nada, es normal que te ocurra si acabas de
mudarte—. Transcurren unas milésimas de segundo hasta que Natalia realiza la pregunta
que tenía en mente desde que la ha visto, aunque ya sabe la respuesta.—Eres la nueva empleada
de hogar, ¿no?
La susodicha gira sobre
sus talones dejando escapar una sarcástica risa y alza la vista poniendo sus
ojos en blanco.
—Vaya, parece ser que todo el mundo me conoce. ¿Tan
impactante es que estos tres contraten a una asistenta?
Natalia empieza a reír tiernamente
ante la sincera su respuesta, parece ser que no esperaba una contestación así.
Eider le devuelve la risa, no parece mala persona y tiene pinta de ser una niña
muy buena y educada.
—Creo que no les vendrá nada mal tener un punto de vista
femenino en esta casa. Y así de paso tengo una aliada cada vez que venga por
aquí.
—Así que vienes a menudo, ¿eres muy amiga de Alex?
—Es mi hermana.
El castaño irrumpe en la
cocina mientras va hacia al armario para servirse un poco de café. Lleva puesta
una chaqueta Quetzua azul y negra y un gorro de lana. A juzgar por cómo van vestidos
los dos hermanos, en la calle debe de hacer un frío horrible.
Alex saca el bote de
Cola Cao del otro extremo del armario y lo coloca frente a Natalia de mala
manera.
—Me gustaría saber con qué permiso has venido hoy aquí.
—Te mandé un mensaje anoche.
—Y no te respondí, ¿eso no te dice nada? —Alex empieza a calzarse
unas botas marrones de invierno a la vez que explica—Hoy tengo que llegar
pronto a la uni. No puedes venir cada vez que se te antoje Nath, ya lo hemos
hablado un montón de veces.
La menor pone la mirada
en blanco, a saber la infinidad de veces que le ha dicho eso. Lo que Alex no
sabe es que no ha venido a verle precisamente a él.
ȹȸ
Gio se encuentra tumbado
boca arriba en la cama. Tiene el portátil sobre su pecho y lleva los
auriculares puestos; después de todo, no le gustaría incomodar a sus compañeros
de piso con los gritos de sus hermanas pequeñas a esas horas de la mañana.
Da igual que haya estado
en Italia hace apenas dos semanas por navidades, hace lo mismo todos los días
desde que llegó a España. Conectarse a Skype
para poder hablar cada mañana con su familia es un ritual al que nunca puede
faltar.
Las pequeñas se están preparando
para ir a la escuela y Gio las observa con gracia.
Chiara tiene nueve años,
es la mayor de las dos. Se trata de una niña de carácter fuerte, algo caprichosa
y muy coqueta, siempre está pendiente de ir bien vestida y peinada. Físicamente
no se parece mucho a él, solo coinciden en la mirada. Su pelo es de color
castaño pajizo y la piel denota un tono más clarito, es igual que su madre. Por
otra parte está la pequeña, que es un intermedio físico entre Chiara y él.
Sofía, que acaba de cumplir cinco añitos, tiene un tono de piel más parecido al
suyo, su pelo largo y liso es de color castaño oscuro y tiene una naricilla
respingona adorable.
Las echa muchísimo de
menos a las dos, bueno, a las tres, por su puesto también está su madre.
-La
conversación a partir de aquí se desarrolla en italiano-
—Sofi, ¿por qué no comes? —Gio ve como su hermana
juega con la cucharilla del desayuno.
La niña no contesta, lleva
sentada en la mesa de morros desde hace un buen rato, manifestando su rabieta
con el silencio.
—Es porque papá se ha ido esta mañana y no se ha despedido
de ella, porque se ha quedado dormida, pero yo que sí me he despertado pronto
para decirle adiós—responde Chiara con retintín, obviamente para provocarla
aún más.
El chico mira apenado a la
pequeña, quién está haciendo un esfuerzo incontrolable por no soltar los
lagrimones a causa de las palabras de su hermana.
—Ey, enana, no te pongas triste…—exclama tratando de
animar a la niña—Seguro
que no se despidió porque le daba pena despertarte, anímate.
Sofía empieza a secarse
las lágrimas que empiezan a resbalar por sus mejillas mientras sorbe por la
nariz para impedir que se le caigan también los mocos.
—¡No quiero!,¡Gio no está aquí, papá no está aquí! Siempre
nos quedamos solas…
El italiano muerde su
labio inferior reprimiendo sus ganas de gritar, se siente culpable por dejarlas
solas.
Su padre es capitán de
barco, casi nunca está en casa porque su trabajo le obliga a irse lejos durante
semanas, como mucho pasa por casa cinco días al mes. Después de eso, vuelta a
los cruceros, esos cruceros de ensueño donde miles de familias pasan días
enteros juntas, disfrutando de la compañía de todos sus integrantes. La última
vez que Gio pasó unas vacaciones decentes con su familia fue cuando nació
Sofía, por aquél entonces él tenía 14 años. A pesar de ello, Roberto Bachelli
siempre ha sido buen padre, se preocupa por su familia y siempre trata de
darles lo mejor.
El problema está en el
presente, ahora que él también se ha ido de casa la familia se ha reducido a
tres miembros, y no solo eso, también hay algo que hace de la separación más
cuesta arriba.
—Chiara, ¿está mamá por ahí?
La mayor traga el trozo
de tostada con mermelada que estaba masticando para responder.
—Está acostada en el sofá.
—¿Puedes acercar el portátil hasta ella por favor?
La niña no tarda en
levantarse de la mesa y alisar la falda de su uniforme escolar. A los pocos
segundos Gio puede percibir a través de la cámara como su hermana transporta el
ordenador hacia otro sitio. Finalmente, cuando la imagen de la pantalla se
detiene en un punto fijo, el chico puede ver al otro lado a una mujer de pelo
castaño claro, delgada y extremadamente pálida. Tiene unas notables ojeras que
parecen síntoma del cansancio, se la ve muy desgastada, pero a pesar de ello sonríe
tiernamente.
—Giovanni, cariño…
—¿Cómo estás?
—Bien, estoy bien…solo un poco cansada. Tus hermanas se portan
muy bien, me están ayudando mucho.
La mujer se inclina y en
el sofá y deja escapar una mueca de dolor mientras instintivamente se agarra el
vientre. Gio siente un escalofrío al verla así, está peor que hace dos semanas.
—Mamá, ¿seguro que estás bien?
—Tranquilo, es lo mismo de siempre. Me duele un poco el
estómago y me siento algo hinchada, pero nada que no se pueda arreglar
descansando.
El moreno guarda
silencio esperando a que diga algo más. Conoce perfectamente a su madre,
siempre ha sido muy expresiva, y, a juzgar por su cara, seguro que las cosas no van
tan bien como quiere aparentar.
—¿Quién va a llevar a las niñas al colegio? No te veo en
condiciones de salir a la calle.
—¿Te acuerdas de Dafne? La vecina.
Como olvidarla, Dafne era
la tía más buena del barrio, todos la conocían. Esas piernas milanesas no se
olvidan fácilmente.
Se mudó a Cerdeña por el
trabajo de sus padres e iban al mismo instituto. Al principio compartían clase
de latín y bueno, más tarde mucho más que eso. Se liaron varias veces durante
el primer año de bachiller, pero se cansó de ella rápidamente y la dejó tirada por
otra. No es algo de lo que se sienta orgulloso, pero cuando vivía en Italia se llevaba
a todas las que quería de calle. Unos meses más tarde estaba viviendo frente a
la puerta de su casa, y como era de esperar, no volvió a dirigirle la palabra.
Se lo tenía merecido, para qué mentir, había sido un cerdo.
—Se ha ofrecido para llevarlas y traerlas de la escuela
durante lo que queda de curso. Voy a pagarle todos los meses por las molestias.
Gio asiente, aunque todavía
hay algo que le inquieta, parece que su madre quiere decirle algo, pero no se
atreve.
—…Gio…—dice finalmente—Esta tarde voy a ir al hospital
a que me hagan las radiografías.
—………
—El médico me ha dicho que si la cosa se pone muy fea tal
vez debería empezar con la quimioterapia y…
—No digas bobadas, te vas a poner bien—.Responde tajante.
No quiere ni pensar en
lo que pasará si le dan malas noticias a su madre esta tarde, como le digan que
el cáncer ha ido a más le va a dar algo.
Desde que se enteró de
la noticia el mes pasado no puede dejar de torturarse. Al parecer sus padres llevaban
casi medio año guardando la desagradable noticia en secreto porque pensaban que
se iba a recuperar, pero todo fue a peor y de la noche a la mañana su madre, Amelia, empezó a decaer de forma severa. ¿Y
mientras que está haciendo él? Apartado
de su familia y abandonando a la pobre mujer a su suerte.
—Mamá, sabes que puedo volver a Italia cuando sea, solo
tienes que pedírmelo.
Amelia cambia su rostro
a uno completamente serio y saca un tono de voz imponente.
—Giovanni Bachelli, no voy a consentir que dejes de vivir
tu vida para cuidar de tu madre enferma.
—Pero…
—¡Estás en la edad! Quiero que veas mundo y aprendas a
valerte por ti mismo. No sabes lo mucho que te servirán estas experiencias en
un futuro. Lo último que quiero es que sufras por mi culpa.
Se queda callado con la
vista fija en los pies de la cama. ¿Cómo va a vivir su vida sabiendo todo lo
que está pasando? No es tan egoísta. La última vez estuvo a punto de no subir
al avión, pero su madre no paró de insistir e insistir diciendo que estaría
bien y que si se quedaba en Italia se iba a arrepentir.
Trata de morderse el
carrillo de la lengua para que no se le escape ningún sollozo, tiene gracia,
ahora está igual que su hermana Sofía hace unos minutos.
La mujer lo nota y trata
de cambiar de tema.
—¿Cómo está Alex?
Tarda un rato en
contestar, pero finalmente lo hace, aunque con una voz entrecortada a causa de
aguantarse el malestar.
—Bien, dice que la próxima vez irá conmigo a visitaros.
Amelia vuelve a sonreír
de esa forma tan maternal.
—Que bien, ojalá sea pronto. Las niñas lo echan mucho de
menos, y también jugar con él a las peleas.
El chico le devuelve la
sonrisa, aunque no es capaz de mirarla sin que se le note el brillo de los ojos
a causa de sus reprimidas lágrimas.
—Cielo, dentro de poco llegará Dafne. Tengo que cortar la
llamada, pero te quiero.
Este asiente y la mujer saca la lengua con gesto burlón.
—Y anímate mi niño, con las chicas tan guapas que hay por allí
seguro que te estás poniendo las botas, cabroncete.
Sin decir nada más se
corta la llamada y el italiano seca sus ojos con las mangas de su sudadera. Queda
mirando al techo por varios segundos pensativo, pero finalmente decide
levantarse de la cama y sacar a Scabbers de su jaula. Ha prometido vivir la experiencia al máximo, y nada se lo va a impedir.